Diseñar un stand es plantearse, desde el principio, qué se quiere conseguir durante la participación en una feria o congreso, y a partir de ahí, tomar decisiones reales. Porque un stand puede servir para muchas cosas: lanzar un producto, generar leads, reforzar la imagen de marca, fidelizar clientes existentes… Pero no todos los objetivos requieren el mismo enfoque. Y ahí está la diferencia entre un espacio que simplemente “está” y uno que cumple una función concreta.
Tener claro el para qué
Antes de pensar en el cómo. En lugar de hablar de materiales, formas o luces, lo que hay que saber es qué se busca conseguir en ese evento. Parece obvio, pero en la práctica no siempre se hace. A veces el equipo de marketing tiene una idea, el comercial otra, y la agencia interpreta otra distinta. Por eso, definir bien el objetivo es el primer paso para que todo lo demás tenga sentido.
No es lo mismo un stand pensado para cerrar reuniones, que uno pensado para dar visibilidad a un nuevo producto. Es diferente también si lo que se busca es generar experiencia de marca o conseguir una base de datos. Cada fin pide un diseño distinto y un tipo de activación diferente.
¿Qué condiciona el diseño de un stand?
Una vez definido el objetivo, entran en juego muchas variables. La ubicación dentro del recinto, los metros cuadrados disponibles, el tipo de público que asistirá y, cómo no, el presupuesto. Todo eso condiciona las decisiones que vienen después.
Y aquí entra también la elección del tipo de stand. En muchos casos, lo más coherente será recurrir a formatos que se adapten al ritmo y los recursos del cliente. Por eso, es habitual ver cómo se combinan diferentes TIPOLOGÍAS DE STANDS: STANDS MODULARES, DE DISEÑO, TRANSPORTABLES, según lo que se quiera priorizar: impacto visual, facilidad de montaje o reutilización.
Pensar el espacio desde el recorrido del cliente
Una cosa que muchas veces se pasa por alto es cómo se mueven las personas dentro de una feria. El diseño debe tener en cuenta no solo lo que se quiere mostrar, sino cómo se va a vivir. Desde dónde se entra, qué es lo primero que se ve, dónde se generan los puntos de atención… Hasta qué puntos se consideran “negros” porque bloquean el paso o “blancos” porque facilitan el tránsito fluido.
Diseñar desde ahí es lo que convierte un stand en un espacio con sentido. Se puede tener una propuesta visual muy potente, pero si no está pensada desde la experiencia, se queda en algo superficial y poco práctico.
La experiencia como parte del mensaje
Un stand no es solo un escaparate. Es una oportunidad para generar un vínculo directo con el cliente. Y la mayoría de las veces, lo que realmente queda grabado no es lo que se ve, sino lo que se vive. Un taller en vivo, un espacio inmersivo, una zona de demos … Todo eso forma parte del mensaje.
Por eso cada vez es más habitual integrar activaciones experienciales dentro del stand, aunque sea en formatos pequeños. No se trata de hacer algo llamativo sin más, sino de conectar con el público de una manera distinta, más memorable. Algo que refuerce lo que la marca quiere decir… pero sin necesidad de decirlo con palabras.
Conclusión: diseñar con intención (no solo con creatividad)
Preparar un stand según tus objetivos es algo más que crear una escenografía bonita. Es tener muy claro para qué se participa en ese evento y traducir ese “para qué” en decisiones de diseño, contenido, flujo y activación. En definitiva, pensar en la experiencia del cliente como algo central, y no como algo accesorio.